De todos es sabido que a día de hoy, es
cada vez más usual ver un adolescente rebotado, faltando el respeto a sus
padres….. pero, ¿nos hemos parado a pensar si en la forma de educar a
nuestros/as hijos/as, tiene sitio el diálogo, la escucha o el debate para la
toma de decisiones? Como respuesta a estas preguntas, Lucía Aparicio Moreno, pedagoga e investigadora en educación y adolescencia, nos facilita una serie de
pautas que os pueden ayudar a entender
lo que sucede en ciertas etapas del crecimiento, en las que hay que saber
reconocer determinadas situaciones.
1.
Tener muy
claros los límites que un hijo nunca puede sobrepasar.
La adolescencia es un período de transición, de
cambio y, lo más importante, de aceptación. Cada persona es un mundo y, en
ocasiones, esta etapa puede durar hasta pasados los 20 años. Muchas veces, los
cambios que se producen no tienen nada que ver con el niño que teníamos ‘antes
de’ y, para nuestra sorpresa, la convivencia se convierte en un sufrimiento
tal, que acabamos por ceder a sus exigencias. Tenemos la sensación de estar
ante
un tirano. Llegado este punto, la imposición de
normas o el diálogo habrán llegado demasiado tarde. Ante las primeras faltas de
respeto o ‘salidas de tono’, hay que poner freno.
2.
La
adquisición de límites, aspecto importante a desarrollar.
A menudo, los adolescentes confunden la libertad con
el hecho de tomarse la justicia por su mano, una situación muy repetida y
difícil de sobrellevar. Es muy importante trabajar la convivencia y el día a
día. Hay que hacerles entender que la libertad también es fruto de la no
permisividad de los padres y de que estos no les den todas las facilidades que
demandan. Para ello, es necesaria mucha paciencia e implicación por parte de
los progenitores, pero beneficiará al hijo en el futuro.
3.
Bajo
ningún concepto es permisible el insulto.
Es uno de los hechos más preocupantes y cada día más
frecuente, por no hablar de la agresión física. Ante esto, tenemos que
preguntarnos qué ha ocurrido hasta ahora para que nuestros hijos nos insulten;
cómo hemos actuado con ellos; cómo ha sido nuestra relación hasta llegar a
estos niveles de pérdida de respeto y qué grado de permisividad hemos ejercido
los padres para llegar a un punto sin retorno. A un menor que comienza a
insultar nunca se le debe dar oportunidad de réplica. Desde que se produce el
primer insulto hay que tomar una actitud tajante y cortante, por mucho que los
hijos recurran al chantaje emocional. Hay que recordar que el adolescente no es
el adulto y que los roles deben estar bien definidos para evitar situaciones
confusas. Además, el conflicto no siempre es algo negativo. A veces, una buena
discusión puede sentar las
bases de una convivencia posterior que mejore con el
tiempo.
4.
Organización
y normas de convivencia, desde el principio.
Un menor de 11 o 12 años, e incluso más pequeño,
jamás debe creerse con la autoridad y la verdad absolutas. Como tampoco puede
ocurrir que un padre y su hijo se conviertan en aliados y se ‘rían las
gracias’. Si esto ocurre, los roles se confunden. No se debe crear una relación
de igual a igual, pues padres e hijos nunca estarán al mismo nivel. Con una
buena organización y unas normas bien definidas y cumplidas con seriedad, la
convivencia se resuelve más fácilmente y si hay faltas de respeto estas puede
que se aplaquen y vayan desapareciendo. Lo que muchos adolescentes necesitan es
un cambio que les ayude a centrarse. Una contestación que descoloque o que sea
cortante, por supuesto sin abusar, puede acabar con muchos ‘humos subidos’.
5.
Buscar la
conversación, pero nunca forzarla o tensarla.
Cuando los insultos se han convertido en la tónica
general, nos encontramos ante un ‘gigante’ que puede generar problemas. En
ocasiones, la situación puede solventarse intentando buscar el diálogo de forma
distendida, pero sin forzarlo, cuando la situación comienza a complicarse con
gritos o intento de agresión. No se trata de obtener una larga conversación,
sino de encontrar la pregunta concreta y la que haga que el adolescente quiera
terminar la conversación. Esa es la que le hará reflexionar.
6.
Reforzar
lo positivo, no solo lo negativo.
Para que poco a poco el adolescente mejore su autoestima
y tenga más autonomía, ya que lo necesita para su evolución y desarrollo como
persona a la vez que sus hormonas se van relajando.
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