martes, 1 de diciembre de 2015

Mi hijo/a está muy adolescente, ¿Qué puedo hacer?


La rebeldía es una de las señas de identidad de la adolescencia. Esa característica de enfrentarse a todo y a todos puede tener aspectos positivos para la vida de nuestros hijos adolescentes, si sabemos encauzarla bien. Pero, a la vez, esa necesidad que tienen de desafiar todas las normas establecidas provoca, con demasiada frecuencia, serios enfrentamientos con los padres. En el artículo que os proponemos esta semana, Mercedes Jiménez, psicopedagoga y maestra de Educación Especial, nos propone una serie de consejos que debemos de tener en cuenta desde el núcleo familiar. 


  1. Una etapa pasajera. Para empezar, debemos aprender a dejar pasar aquellos enfrentamientos menos importantes. Se trata de una etapa pasajera, y nuestros hijos cambiarán.

  1. Ante todo mucha calma. Es muy importante mantenernos serenos. Por mucho que los chavales se irriten y se enfaden, a los padres nos toca hacer el esfuerzo por mantener siempre la serenidad, la calma, para así poder transmitírsela a ellos.

  1. No hay que tener miedo. Debemos abandonar todos nuestros miedos: el miedo a hacerlo mal, el miedo a sentirnos culpables, a que más tarde nos puedan hacer reproches... Ellos necesitan normas. Muchas veces, los padres creemos que nuestros hijos han entendido perfectamente lo que les pedimos... y no es así. Por eso, las normas han de quedar muy claras y debemos ser firmes en su cumplimiento. La disciplina es fundamental para su desarrollo.

  1. Ellos necesitan normas, exactamente igual que cualquier sociedad necesita normas. Podemos explicárselo así, para asegurarnos de que también entienden que vamos a ser firmes, que las normas se ponen para cumplirlas y que cuando no se cumplen, esa actitud tiene consecuencias. Además, fijar límites en su comportamiento hace que se sientan emocionalmente seguros.

  1. ¡Fuera la improvisación! Los castigos no deben improvisarse en un momento de enfado. En esos instantes, los resultados pueden ser muy negativos. Es mucho más práctico que las sanciones por incumplir las normas, se dejen claras al mismo tiempo que se negocien las normas. Debemos buscar, además, castigos que sean efectivos y que les permitan entender la importancia de la regla que se han saltado.

  1. Mucha firmeza. Tenemos que ser firmes y asegurarnos de que se cumplen las sanciones. Si no lo hacemos así, las reglas dejan de tener valor y ellos pensarán que no siempre es importante cumplirlas.

  1. Con mucha sinceridad. Sincerarnos con los hijos, abrirles nuestro corazón, decirles que son lo que más queremos, que nos duele esta situación, que necesitamos que nos ayuden... funciona. Es el momento de recordar las buenas experiencias que vivimos juntos en la infancia y de explicarles que queremos reencontrar esa conexión.

  1. Primero, escuchar. Lo mejor que podemos hacer es limitarnos a escucharles, sin interrumpir y prestando toda nuestra atención a lo que nos dicen. Conviene que estemos en un lugar tranquilo y apagar la televisión. Cuantos menos consejos les demos, más consejos nos pedirán ellos. Los adolescentes no se comunican cuando se les ordena, sino cuando ellos quieren. Así que somos los padres los que debemos estar disponibles. Tenemos que interesarnos por sus cosas, pero sin interferir demasiado, y respetar su necesidad de privacidad, al tiempo que esta se refuerza al establecerse la confianza y cercanía emocional.

  1. Sin exagerar. Si ante un error o incumplimiento de las normas reaccionamos de manera desproporcionada, es muy posible que acabemos a gritos y con insultos de por medio. La rabia está para controlarla, aunque sin dejar de expresar nuestra preocupación. Lo mejor: preguntarles, lo más calmados posible, su opinión al respecto y, a partir de ahí, hablar de las diferencias.

  1. Las fortalezas. Fijándonos en las virtudes y puntos fuertes de nuestros hijos conseguiremos que mejore nuestra relación y así hacer frente a esa problemática específica. Y un último consejo: conviene huir siempre de los extremos demasiado autoritarios o indulgentes.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

¿Por qué es tan importante el juego para nuestros hijos?


Para los niños jugar es la actividad más natural, forma parte de su realidad y contribuye a su crecimiento como persona. Con el juego experimentan una sensación de placer que les motiva y les impulsa a la acción. Desde el Colegio San Viator somos conscientes de la gran influencia que tiene para el desarrollo armónico e integral de nuestros alumnos; estimularles a través del juego influirá en el desarrollo de su potencial creativo y determinará su manera de enfrentarse a otras experiencias en el futuro. Pero, ¿cómo se desarrolla el niño a través del juego y cómo podemos contribuir nosotros en ese desarrollo? Cinta Alegret Colomé, psicóloga y pedagoga, nos propone una serie de orientaciones que nos pueden ayudar a lograr dicho objetivo.
El juego favorece el desarrollo cognoscitivo del niño. A través de los sentidos capta la información que le ayudará a desplegar todas sus capacidades cognitivas y a crear nuevas realidades. Aprende conceptos, siente curiosidad, inventa juegos, resuelve problemas, desarrolla la flexibilidad. El juego contribuye a un mejor rendimiento académico.
1. Creatividad. Despierta su creatividad. Proporciónale para jugar objetos que tengas en casa como: cajas de cartón, latas, ropa que no uses...
2. Diversidad. Ofrécele diversidad en el juego: que sean imaginativos, de palabras, de estrategia o de imitación.
3. Por la cultura. Bríndale la posibilidad de conocer y disfrutar de la cultura en todas sus manifestaciones: música, pintura, danza, teatro, literatura infantil, etc.
También posibilita su desarrollo social y del lenguaje. El niño expresa a través del juego la necesidad de comunicarse con su entorno. Necesita sentirse ubicado y aceptado socialmente. Además, experimenta lo que significa: cooperar, autocontrolarse, negociar, turnarse o respetar normas.
4. Paciencia y tolerancia. Dale oportunidades para relacionarse con más niños. Y aprovecha el juego para trabajar valores como: la paciencia, la tolerancia, el humor.
5. Las normas del juego. Explícale de forma didáctica el juego y sus normas. Proporciónale un vocabulario rico y utiliza un tono comprensivo y reconciliador.

El juego potencia el desarrollo de la psicomotricidad. A través de la manipulación de objetos como: construcciones, plastilina o colores, se desarrolla la psicomotricidad fina y de movimientos como: arrastrarse, saltar, o correr, la psicomotricidad gruesa.
6. Despierta sus sentidos. Ayúdale a inventar y construir juegos con distintos materiales. Pero recuerda: que sea él el que dirija la acción.
7. El lugar de juegos. Organiza un espacio que sea estimulante, seguro y adecuado a sus necesidades, en el que tenga libertad de movimiento.
8. Al aire libre. Recupera juegos al aire libre, como la rayuela, la comba, las canicas... Estimulan el ritmo, la coordinación, la concentración y el lenguaje.
Otra de sus propiedades es que contribuye a su desarrollo emocional. El niño descubre sus propias emociones y las de los demás (enfado, alegría, sorpresa o rabia). El juego le ayuda a construir su personalidad y a potenciar su autoestima y seguridad.
9. La importancia de observar. Observa al niño cuando juegue, sus gestos, sus intereses, su lenguaje. Es una buena forma de descubrir sus preferencias y necesidades.
10. ¡A jugar! Participa de vez en cuando en su juego, le ayudarás a tener confianza y estrecharás vínculos. Respeta sus iniciativas y responde positivamente a sus requerimientos.
11. Y si se aburre? Permítele aburrirse de vez en cuando. Es entonces cuando se pone en marcha la imaginación.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Límites que nuestros hijos nunca deben traspasar en la adolescencia


De todos es sabido que a día de hoy, es cada vez más usual ver un adolescente rebotado, faltando el respeto a sus padres….. pero, ¿nos hemos parado a pensar si en la forma de educar a nuestros/as hijos/as, tiene sitio el diálogo, la escucha o el debate para la toma de decisiones? Como respuesta a estas preguntas, Lucía Aparicio Moreno, pedagoga e investigadora en educación y adolescencia, nos facilita una serie de pautas  que os pueden ayudar a entender lo que sucede en ciertas etapas del crecimiento, en las que hay que saber reconocer determinadas  situaciones.

1.      Tener muy claros los límites que un hijo nunca puede sobrepasar.
La adolescencia es un período de transición, de cambio y, lo más importante, de aceptación. Cada persona es un mundo y, en ocasiones, esta etapa puede durar hasta pasados los 20 años. Muchas veces, los cambios que se producen no tienen nada que ver con el niño que teníamos ‘antes de’ y, para nuestra sorpresa, la convivencia se convierte en un sufrimiento tal, que acabamos por ceder a sus exigencias. Tenemos la sensación de estar ante
un tirano. Llegado este punto, la imposición de normas o el diálogo habrán llegado demasiado tarde. Ante las primeras faltas de respeto o ‘salidas de tono’, hay que poner freno.

2.      La adquisición de límites, aspecto importante a desarrollar.
A menudo, los adolescentes confunden la libertad con el hecho de tomarse la justicia por su mano, una situación muy repetida y difícil de sobrellevar. Es muy importante trabajar la convivencia y el día a día. Hay que hacerles entender que la libertad también es fruto de la no permisividad de los padres y de que estos no les den todas las facilidades que demandan. Para ello, es necesaria mucha paciencia e implicación por parte de los progenitores, pero beneficiará al hijo en el futuro.

3.      Bajo ningún concepto es permisible el insulto.
Es uno de los hechos más preocupantes y cada día más frecuente, por no hablar de la agresión física. Ante esto, tenemos que preguntarnos qué ha ocurrido hasta ahora para que nuestros hijos nos insulten; cómo hemos actuado con ellos; cómo ha sido nuestra relación hasta llegar a estos niveles de pérdida de respeto y qué grado de permisividad hemos ejercido los padres para llegar a un punto sin retorno. A un menor que comienza a insultar nunca se le debe dar oportunidad de réplica. Desde que se produce el primer insulto hay que tomar una actitud tajante y cortante, por mucho que los hijos recurran al chantaje emocional. Hay que recordar que el adolescente no es el adulto y que los roles deben estar bien definidos para evitar situaciones confusas. Además, el conflicto no siempre es algo negativo. A veces, una buena discusión puede sentar las
bases de una convivencia posterior que mejore con el tiempo.



4.      Organización y normas de convivencia, desde el principio.
Un menor de 11 o 12 años, e incluso más pequeño, jamás debe creerse con la autoridad y la verdad absolutas. Como tampoco puede ocurrir que un padre y su hijo se conviertan en aliados y se ‘rían las gracias’. Si esto ocurre, los roles se confunden. No se debe crear una relación de igual a igual, pues padres e hijos nunca estarán al mismo nivel. Con una buena organización y unas normas bien definidas y cumplidas con seriedad, la convivencia se resuelve más fácilmente y si hay faltas de respeto estas puede que se aplaquen y vayan desapareciendo. Lo que muchos adolescentes necesitan es un cambio que les ayude a centrarse. Una contestación que descoloque o que sea cortante, por supuesto sin abusar, puede acabar con muchos ‘humos subidos’.


5.      Buscar la conversación, pero nunca forzarla o tensarla.
Cuando los insultos se han convertido en la tónica general, nos encontramos ante un ‘gigante’ que puede generar problemas. En ocasiones, la situación puede solventarse intentando buscar el diálogo de forma distendida, pero sin forzarlo, cuando la situación comienza a complicarse con gritos o intento de agresión. No se trata de obtener una larga conversación, sino de encontrar la pregunta concreta y la que haga que el adolescente quiera terminar la conversación. Esa es la que le hará reflexionar.

6.      Reforzar lo positivo, no solo lo negativo.

Para que poco a poco el adolescente mejore su autoestima y tenga más autonomía, ya que lo necesita para su evolución y desarrollo como persona a la vez que sus hormonas se van relajando.

miércoles, 26 de agosto de 2015

LA VUELTA AL COLE

Llega el momento de volver al colegio y, para la mayoría de los niños de Infantil y Primaria, esto puede suponer un periodo en que aparezcan ciertos síntomas de estrés post-vacacional como la tristeza o el estrés.

Los consejos que enumeramos a continuación tienen como objetivo minimizar esos síntomas:

1. Adaptar los horarios. Durante los días previos a la vuelta al cole es importante comenzar a modificar los horarios de sueño y comidas para que, al volver al horario escolar, el cambio no sea tan brusco.

2. Crear la ilusión en el niño. El niño puede ver la vuelta al cole como algo negativo, por eso es importante hacerle comentarios positivos sobre lo bien que va a estar en la escuela, el reencuentro con sus amigos  y la cantidad de cosas nuevas que va a aprender en este nuevo curso. 

3. Compensar el colegio con ocio. Para compensar el esfuerzo que supondrá la vuelta a las aulas durante las primeras semanas y, aprovechando el buen tiempo, podemos planificar actividades de ocio interesantes para el niño durante el fin de semana. Estas actividades pueden actuar como recompensa a su trabajo semanal en el colegio.

4. Concretar metas. Los niños necesitan nuevos retos para desarrollar todas sus capacidades. Éste sería un buen momento para enumerar algunos propósitos para el nuevo curso que motiven al pequeño para ir al colegio y esforzarse en sus tareas.

5. Participar en la preparación. Los niños se ilusionan mucho con la compra y preparación de los materiales que van a necesitar en el colegio. Hazles protagonistas de este proceso.

6. Escuchar de manera activa. Es muy importante que dediquemos un ratito cada día a  hablar con nuestros hijos, conocer cómo se sienten y cuáles son las nuevas experiencias que están desarrollando en el colegio. De esta manera se sentirán apoyados y comprendidos en todo momento.

¡Esperamos que estos consejos ayuden a vuestros hijos a vivir este curso con  motivación e ilusión!

Un saludo y feliz vuelta.


miércoles, 15 de abril de 2015

PROGRAMA AULAS FELICES

Desde el curso pasado se está trabajando en el Colegio el programa Aulas Felices en todas las etapas (Infantil, Primaria y Secundaria) especialmente en los momentos dedicados a la educación en valores que se lleva a cabo en la hora extraescolar de los viernes.
Durante este curso 2014-2015, a través de diversas actividades adaptadas a las características y necesidades de los niños en dichas etapas educativas, se han trabajado las siguientes fortalezas personales:
-         La creatividad.
Esta fortaleza se encuentra dentro de la virtud Sabiduría y conocimiento (fortalezas cognitivas que implican la adquisición y uso del conocimiento). Relacionada directamente con la originalidad y el ingenio, favorece el pensamiento de nuevos y productivos modos de conceptualizar y hacer las cosas.
El desarrollo de la creatividad en las aulas supone cuestionarse qué tipo de pensamiento estamos potenciando en nuestros alumnos, y proponerse un equilibrio entre lo que se ha denominado pensamiento “convergente” (se activa cuando buscamos una respuesta concreta y única a la solución de un problema) y “divergente” (se pone en marcha cuando hay múltiples alternativas). Además del desarrollo del pensamiento divergente, otro de los aspectos clave para estimular la creatividad consiste en desterrar el tópico de que ésta se limita al ámbito de las artes. Al contrario, se han llevado a cabo actividades en las que se potencia la creatividad en todas las áreas del currículo.
-         La gratitud.
Se trata de una de las fortalezas que se corresponden con la virtud Trascendencia (fortalezas que forjan conexiones con la inmensidad del universo y proveen de significado a la vida). La gratitud consiste en ser consciente de agradecer las cosas buenas que nos suceden, es decir saber expresar agradecimiento. Esta gratitud puede ir dirigida a destinatarios muy diversos: personas, animales, seres no animados, Dios, la vida, etc. En las actividades propuestas se ha tratado de tener en cuenta todos estos posibles receptores de gratitud.
-         El autocontrol.
Forma parte de la virtud Moderación (fortalezas que nos protegen contra los excesos). Se trata de una fortaleza muy especial, ya que está implícita en todas las demás fortalezas. Desarrollar el autocontrol o la autorregulación es desarrollar la capacidad de regular los propios sentimientos y acciones, ser disciplinado, controlar los propios impulsos y emociones. Se refiere a la capacidad de gobernar nuestra propia vida, actuando de modo autónomo.
Con la implantación de este programa queremos hacer especial hincapié en el fomento de los aspectos positivos de los niños, contribuyendo notablemente a una educación integral que les ayude a desarrollarse personal y socialmente, potenciando su bienestar presente y futuro. Además de este modo se conseguirá estimular los cinco componentes básicos de la felicidad –emociones positivas, compromiso, significado, relaciones y logros-, que favorecerán su bienestar y aprendizajes.
Los aspectos relacionados con la autoestima, habilidades sociales y prevención de conflictos o situaciones de riesgo tienen una gran importancia en el desarrollo de los niños y por ello, desde el Colegio San Viator tratamos de fomentarlos del mismo modo que al desarrollo intelectual.

Es esencial destacar que la aplicación ideal del Programa Aulas Felices debería dirigirse a la comunidad educativa en su conjunto. Por ello, el trabajo colaborativo entre el centro educativo y las familias tiene una importancia capital.

sábado, 28 de febrero de 2015

Cómo desarrollar la autonomía en nuestros hijos

       Durante la vida adulta, podemos comprobar cómo nuestro grado de felicidad aumenta cuando vamos consiguiendo nuevas metas y somos capaces de valernos por nosotros mismos cada vez de manera más autónoma. La adquisición de la autonomía en los niños produce el mismo efecto. Un niño autónomo es un niño que se siente realizado,  vive su vida de manera más equilibrada, tiene una buena opinión de sí mismo y, por tanto, es más feliz.


La autonomía en la etapa de Infantil es una de las áreas más importantes que tanto padres como educadores tenemos que fomentar en los niños. Nuestro papel es el de satisfacer las necesidades fisiológicas, educativas, afectivas y emocionales de nuestros niños pero, al mismo tiempo, poner a su disposición los recursos necesarios para favorecer su maduración personal y ser cada vez más autónomos respecto a los adultos.


Estas son algunas recomendaciones a tener en cuenta:

1. Debemos exigir a nuestros hijos en función de lo que el niño es capaz de hacer. Exigir más conllevaría frustración y rebeldía, exigir menos, inseguridad y dependencia del adulto.

2. En el hogar familiar es importante establecer unas normas claras: horarios, tareas, responsabilidades, etc. El establecimiento de normas les ayuda a regular su comportamiento personal y social. Todos los niños entre 3 y 6 años deben tener pequeñas responsabilidades en la familia.

3. Hay que mostrarle al niño nuestra satisfacción cuando vaya alcanzando metas: dejar de hacer pipí en la cama, recoger su habitación, poner la mesa, vestirse y desvestirse, etc.

4. Este proceso de aprendizaje debe desarrollarse siempre en un hogar donde el niño perciba amor y protección.

5. Los buenos o malos hábitos alimenticios, de descanso, etc. se adquieren desde muy temprana edad y suelen ser muy duraderos. Para instaurar un hábito es imprescindible establecer rutinas y horarios fijos.

6. Es importante asociar conductas que no le gustan con otras que sí, por ejemplo: recoge tu habitación y cuando termines leemos un cuento."


7. Entre los papás es importante mantener una coherencia y que ambos mantengan las  mismas exigencias al niño. Al mismo tiempo será importante que esta coherencia se mantenga entre la familia y el centro escolar. La mejor manera de conseguirlo es la comunicación.