La rebeldía es una de las señas de identidad de la
adolescencia. Esa característica de enfrentarse a todo y a todos puede tener
aspectos positivos para la vida de nuestros hijos adolescentes, si sabemos
encauzarla bien. Pero, a la vez, esa necesidad que tienen de desafiar todas las
normas establecidas provoca, con demasiada frecuencia, serios enfrentamientos
con los padres. En el artículo que os proponemos esta semana, Mercedes Jiménez, psicopedagoga y maestra de Educación Especial, nos propone una serie de consejos que debemos de tener en cuenta desde el núcleo familiar.
- Una etapa pasajera. Para empezar, debemos aprender a dejar pasar
aquellos enfrentamientos menos importantes. Se trata de una etapa
pasajera, y nuestros hijos cambiarán.
- Ante todo mucha calma. Es muy importante mantenernos serenos. Por
mucho que los chavales se irriten y se enfaden, a los padres nos toca
hacer el esfuerzo por mantener siempre la serenidad, la calma, para así
poder transmitírsela a ellos.
- No hay que tener miedo. Debemos abandonar todos nuestros miedos: el miedo
a hacerlo mal, el miedo a sentirnos culpables, a que más tarde nos puedan
hacer reproches... Ellos necesitan normas. Muchas veces, los padres
creemos que nuestros hijos han entendido perfectamente lo que les
pedimos... y no es así. Por eso, las normas han de quedar muy claras y
debemos ser firmes en su cumplimiento. La disciplina es fundamental para
su desarrollo.
- Ellos necesitan normas, exactamente igual que cualquier sociedad
necesita normas. Podemos explicárselo así, para asegurarnos de que también
entienden que vamos a ser firmes, que las normas se ponen para cumplirlas
y que cuando no se cumplen, esa actitud tiene consecuencias. Además, fijar
límites en su comportamiento hace que se sientan emocionalmente seguros.
- ¡Fuera la improvisación! Los castigos no deben improvisarse en un
momento de enfado. En esos instantes, los resultados pueden ser muy
negativos. Es mucho más práctico que las sanciones por incumplir las
normas, se dejen claras al mismo tiempo que se negocien las normas.
Debemos buscar, además, castigos que sean efectivos y que les permitan
entender la importancia de la regla que se han saltado.
- Mucha firmeza. Tenemos que ser firmes y asegurarnos de que se cumplen las
sanciones. Si no lo hacemos así, las reglas dejan de tener valor y ellos
pensarán que no siempre es importante cumplirlas.
- Con mucha sinceridad. Sincerarnos con los hijos, abrirles nuestro
corazón, decirles que son lo que más queremos, que nos duele esta
situación, que necesitamos que nos ayuden... funciona. Es el momento de
recordar las buenas experiencias que vivimos juntos en la infancia y de
explicarles que queremos reencontrar esa conexión.
- Primero, escuchar. Lo mejor que podemos hacer es limitarnos a
escucharles, sin interrumpir y prestando toda nuestra atención a lo que
nos dicen. Conviene que estemos en un lugar tranquilo y apagar la
televisión. Cuantos menos consejos les demos, más consejos nos pedirán
ellos. Los adolescentes no se comunican cuando se les ordena, sino cuando
ellos quieren. Así que somos los padres los que debemos estar disponibles.
Tenemos que interesarnos por sus cosas, pero sin interferir demasiado, y
respetar su necesidad de privacidad, al tiempo que esta se refuerza al
establecerse la confianza y cercanía emocional.
- Sin exagerar. Si ante un error o incumplimiento de las normas reaccionamos de
manera desproporcionada, es muy posible que acabemos a gritos y con
insultos de por medio. La rabia está para controlarla, aunque sin dejar de
expresar nuestra preocupación. Lo mejor: preguntarles, lo más calmados
posible, su opinión al respecto y, a partir de ahí, hablar de las
diferencias.
- Las fortalezas. Fijándonos en las virtudes y puntos fuertes de nuestros hijos
conseguiremos que mejore nuestra relación y así hacer frente a esa
problemática específica. Y un último consejo: conviene huir siempre de los
extremos demasiado autoritarios o indulgentes.