La familia es el
primer grupo social al que pertenecemos, es en ella donde empezamos a ser
emocionales. Por tanto, educar las emociones en el seno de la familia debería
ser una labor cotidiana que enriquezca la educación integral que desde el
Colegio San Viator proponemos.
Conocer las propias
emociones y las de los demás y ejercer un control sobre ellas nos permite ser
personas más equilibradas, menos estresadas y con buenas relaciones inter e intrapersonales.
No debemos ocultar
las emociones ante nuestros hijos, todo lo contrario, debemos expresarlas y
educarles aprendiendo a mostrarlas y gestionarlas adecuadamente. Pero... ¿cómo
podemos hacerlo? Mª Antonia Morcillo Barrilero, psicóloga y maestra de primaria,
nos propone algunos ejemplos:
- Alegría. La
familia es el mejor espacio para experimentar esta emoción. Debemos
mostrar a nuestros hijos que estamos alegres cuando las circunstancias nos
hagan sentirnos así. Si demostramos estar alegres ante situaciones buenas
y gratificantes, ellos aprenderán a hacerlo de la misma forma.
- Gratitud.
Debemos dar las gracias siempre. A nuestros hijos también debemos dárselas
cuando sea necesario. Siendo agradecidos con los demás, estaremos
educándoles en el agradecimiento, haciéndoles ver que, al dar las gracias,
estamos demostrándole al otro lo bien que nos sentimos por su acción.
- Serenidad.
Nunca deberíamos perder la calma que, como adultos, sabemos tan necesaria
para la resolución satisfactoria de conflictos. Ante cualquier problema,
hay que adoptar una conducta reflexiva, analizando la situación y
manejando las diferentes opciones para solucionar el conflicto. Así,
encontrar la solución será más fácil y, lo más importante, estaremos
ejerciendo de modelos ante nuestros hijos, que verán en la conducta serena
y reflexiva la mejor manera de afrontar situaciones conflictivas.
- Ilusión. Todos
sabemos de las dimensiones de la ilusión infantil. Como adultos debemos
contagiarnos de ella y no reprimirla. Hay que hacerles ver que las
ilusiones son un buen motor para conseguir nuestros sueños. Si nos
ilusionamos como niños estaremos contribuyendo a que ellos no dejen de
ilusionarse.
- Ternura. No
escatimemos en besos, abrazos y otras manifestaciones de afecto con
nuestros hijos y con las personas y animales que tenemos cerca. Los chicos
crecerán afectivamente y estarán aprendiendo a no reprimir sus ganas de
abrazar y besar; aprenderán que la ternura nos hace sentirnos bien y que
hace que el otro también se sienta así. Si somos tiernos sin temor a que
nos califiquen de ‘ñoños’ seremos más felices.
- Tristeza. No
hay que ocultar las emociones negativas. Si estamos tristes debemos dejar
que nuestro cuerpo así lo exprese. Nuestros hijos aprenderán a respetar
nuestros estados de ánimo y a comprendernos mejor. De igual modo, cuando
ellos se sientan tristes tenemos que estar ahí, a su lado, hablando de las
causas y consecuencias de esa tristeza y encontrando las mil y una formas
existentes para salir de ese estado anímico que nos anula. Se trata de no
reprimir ninguna emoción.
- Miedo. Según
la edad de los niños, éstos sienten miedo hacia cualquier cosa. No debemos
reprimirles por ello, sino invitarles a que verbalicen lo que sienten para
ayudarles a encontrar la irracionalidad del miedo. Sentir miedo no es
malo, ya que es un estado en el que el organismo se prepara para afrontar
situaciones de amenaza, lo que no debemos permitir es que el miedo se
apodere de nosotros y no nos deje ver más allá de su sinrazón. Afrontar el
miedo de los hijos con serenidad y paciencia es importante.
- Ira. Es fácil
encontrar en la familia situaciones en las que la ira domina las
relaciones. Si los hijos muestran esta conducta debemos hablar con ellos
en momentos de tranquilidad y hacerles ver que su ira no conduce a nada,
que no se consigue nada y que ellos se sienten mal después de un ataque de
ira. Podemos enseñarles estrategias para canalizar esa ira: escribir cómo
se sienten cuando están irascibles, qué ha ocurrido antes de sentirse
así...
- Envidia. Si en
la familia no se experimentan sensaciones de envidia es difícil que los
hijos sean envidiosos. Si los adultos actuamos siempre de forma coherente,
aceptando lo que tenemos y lo que somos, sin hacer comparaciones con
nadie, nuestros hijos estarán aprendiendo un excelente hábito emocional,
la sana aceptación de lo que son.
- Aburrimiento.
Hoy, los chicos se aburren por un exceso de estímulos, y debemos
dosificarlos para despertarles el deseo y el interés. Si lo tienen todo,
¿qué van a desear? Pocos juguetes y a su debido tiempo, nuevas tecnologías
en su justa medida. No creemos adultos en pequeño y no queramos acelerar
procesos. Los niños son niños y tienen un camino emocional que recorrer.
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