CÓMO PODEMOS EDUCAR LAS EMOCIONES EN
FAMILIA
Tal como
afirma Juan A. Planas Domingo –Presidente de la Asociación Aragonesa de
Psicopedagogía y orientador del IES Tiempos modernos–, la sociedad del futuro demanda,
cada vez más, personas con una gran madurez emocional, capaces de tolerar la
frustración, trabajar en equipo, muy motivados y con gran capacidad de
liderazgo. Capacidades, todas ellas, relacionadas con la inteligencia emocional
–como la perseverancia en la tarea, la capacidad de innovación y creatividad,
la empatía…– y necesarias para mejorar personal y profesionalmente. Por eso,
iniciamos hoy una serie de colaboraciones relacionadas con la importancia de la
educación emocional. ¡Y qué mejor que educar estas competencias desde la niñez!
Comenzaremos por
explicar qué se entiende por ‘inteligencia emocional’. Cuando nos referimos a
este concepto, hablamos de la capacidad para poder reconocer nuestras propias
emociones y las de los demás, regularlas y saber adaptarlas a las necesidades
personales. Por ejemplo: el niño que es capaz de consolar a su amigo que llora
amargamente, que tolera bien la frustración o que sabe demorar la recompensa
tiene inteligencia emocional.
A
continuación, proponemos algunas pautas y consejos básicos para que las
familias podáis poner en práctica y llegar a desarrollar esas capacidades
emocionales:
1.
La autoestima, fundamental. Es
importantísimo fomentar desde su más tierna infancia la autoestima de tus
hijos. Ofréceles siempre seguridad y previsibilidad. No hay nada que genere
mayor inseguridad en un niño pequeño que las normas cambiantes, la falta de
previsión y los cambios bruscos.
2.
Aprender de la adversidad. Debemos
enseñar a nuestros hijos, día a día, a sobrellevar las adversidades. Es muy educativo
que aprendan que cada error conlleva una consecuencia y que no todo lo que se
quiere en esta vida, se puede conseguir.
3.
Los premios, poco a poco. Es preciso
acostumbrarlos a ralentizar los premios. La inmediatez en recibir cualquier
compensación hace que nuestros hijos se vuelvan exigentes y ansiosos.
Obviamente, habrá que ir acompasando esta demora a la edad.
4.
Límites y curiosidad. Saber poner
límites, imprescindibles en su educación, favorecer la autoestima y fomentar
siempre su curiosidad tiene mucho que ver con todo lo relativo a la
inteligencia emocional.
5.
Expectativas, siempre favorables y realistas. Debemos
acostumbrar a nuestros hijos al sentido del humor, a ser optimistas y a tener
expectativas de éxito. La famosa autoprofecía cumplida tiene mucho que ver con
las expectativas que vayamos generando para ellos. Si nosotros les transmitimos
unas expectativas favorables y realistas ellos tenderán a esforzarse por cumplirlas
y, por el contrario, cuando éstas sean bajas, se desanimarán con facilidad y no
se esforzarán por mejorar y superarse.
6.
Empatía y resiliencia. Existen
también otras cualidades, no menos importantes, que se deben y pueden trabajar
desde la propia familia, en el ámbito de la educación emocional, como son la
empatía –saber ponerse en la piel del otro– y la resiliencia –capacidad para
sobreponerse en las adversidades–. Y, como siempre, para fomentarlas, nada mejor
que predicar con el ejemplo.
¿POR QUÉ DEBEMOS EDUCAR NUESTRAS
EMOCIONES?
Se habla mucho de la inteligencia emocional, de educar las emociones, de entrenar las habilidades sociales... Pero, ¿por qué?, ¿para qué sirve?, ¿es una moda pasajera o algo realmente importante y beneficioso? Pilar López Laboria –Educadora emocional– nos da algunas claves.
1. La inteligencia emocional
se relaciona con la capacidad de ser feliz. Todo lo que suponga ser uno mismo,
conocerse, expresarse, relacionarse adecuadamente, tener iniciativa, plantearse
objetivos, saber lo que nos gusta, lo que no, hace que actuemos de forma
coherente con nosotros mismos y eso genera bastante bienestar y calma.
2. Es muy útil para hacer
amigos. Saber cómo relacionarnos con los demás, aprender valores vinculados con
la amistad o la cordialidad, aprender a poner límites y resolver conflictos,
entre otras capacidades, hace que las relaciones sociales sean agradables y
satisfactorias. El ser humano es un ser social y este tipo de interacciones son
muy importantes para su desarrollo.
3.
Sirve para sacarle el mejor
provecho a la vida. Aprender a pensar bien y sentirse mejor –en lugar del «piensa mal y
acertarás»– hace que sintamos siempre que «no hay mal que por bien no venga».
4. Se puede aprender. La personalidad, las experiencias y
la educación, básicamente influyen en nuestra inteligencia emocional, pero al
igual que aprendemos inglés, la inteligencia emocional se puede desarrollar.
Así que si nos inquieta que nuestros hijos no tengan desarrollados alguno de
estos aspectos, ¡la solución es bien fácil!
5. Nos ayuda a tratarnos mejor.
Estamos con
nosotros mismos toda la vida. Si nos conocemos y nos respetamos, nos
proporcionaremos una dosis importante de amor muy necesaria para nuestro día a
día. Una sana autoestima es una garantía de una adecuada salud mental.
6.
Nos permite ser más dueños
de nuestros actos. Actuar mejor cuando nos encontramos nerviosos es fruto del autocontrol,
que se aprende a desarrollar cuando conocemos cómo funcionan nuestras emociones
y nuestro pensamiento; esa amalgama de sensaciones que sucede dentro de nosotros
se puede diseccionar, comprender y regular.
7. Enseña a caer y a levantarse. En la vida siempre nos vamos a encontrar
con frustraciones y educar es preparar para la vida. No podemos evitar a
nuestros hijos los obstáculos, pero sí enseñarles a esquivarlos y a recuperarse
tras tropezar con ellos. La tolerancia a la frustración es una buena base para
persistir en nuestros objetivos y aprender de nuestros errores.
8.
Desarrollar la inteligencia
emocional nos acerca a nuestros objetivos. Si sé quién soy y sé lo que quiero, es
más fácil trazar un plan para conseguirlo. Los logros contribuyen a la
felicidad.
9.
Nos ayuda a ver la parte
positiva de la vida. Se puede aprender a ser optimista, más que nada porque
los niños aprenden a pensar cuando escuchan hablar a sus padres, así que...
siempre hay algo que agradecer por feo que se ponga un asunto.
10. Mejorará la relación entre padres e
hijos. Claro está que para tratar de transmitir todo esto a
nuestros hijos tenemos que estar en sintonía. Si nosotros mejoramos nuestra
inteligencia emocional y la aplicamos en su educación, podremos tener una
relación sana, constructiva y enriquecedora con ellos.